El «maestro» murió en su domicilio afectado por los problemas de salud que lo aquejaban desde hace algún tiempo, el guitarrista Eduardo Falú falleció este viernes, a poco más de un mes de haber cumplido 90 años.
Don Eduardo fue una celebridad. De eso no hay dudas, pero hasta para su despedida quiso algo sencillo, como aquello que «el viento lo fue borrando» de la «Tonada del viejo amor». Sin velatorio ni otro tipo de ceremonia, sus restos descansarán definitivamente en el cementerio de la Chacarita de la ciudad de Buenos Aires.
Calladamente se fue don Eduardo ; el prodigio de la guitarra, el refinado folklorista, el iluminado compositor y melodista, el hombre de la voz grave y cálida; el último referente vivo de esa maravillosa camada de poetas y compositores que Salta dio como sincero regalo a todo el folklore de nuestro país.
Cuchi Leguizamón, Manuel J. Castilla, Jaime Dávalos, Eduardo Falú: un firmamento irrepetible dentro de la música popular argentina. Eduardo fue (y es) un nombre que no se puede eludir al momento de hablar de lo más rico que tiene el cancionero del noroeste argentino. Su sociedad artística con César Perdiguero, con escritores como Ernesto Sabato y, especialmente, con Jaime Dávalos, contribuyeron con muchas de las mejores obras que hoy tiene el acervo musical telúrico.
Seguramente lo que se recuerde de su obra sean las piezas más conocidas. Para empezar, la «Tonada de viejo amor», con una poesía exquisita de Castilla embellecida con cada nota que le puso el guitarrista. No sólo los que tienen los años suficientes la habrán tarareado y entonado alguna vez. También las más jóvenes generaciones que hoy cultivan el folklore visitan su repertorio, y especialmente esta canción.
«Y nunca te’i de olvidar / en la arena me escribías / y el viento lo fue borrando /y estoy más solo mirando el mar. (…) Herida la de tu boca/ que lástima sin dolor/ no tengo miedo al invierno/ con tu recuerdo lleno de sol.»
Esta tonada no es la única que ha sonado en voces excelsas como las de Mercedes Sosa y que hoy sigue sonando en los repertorios de tantos músicos noveles . «Las golondrinas», «Vidala del nombrador», «Sirviñaco», «Vamos a la zafra» y «Río de tigres» son sólo algunas de las que escribió con Dávalos. Y no hay que olvidar obras conceptuales, como el Romance a la muerte de Juan Lavalle que compuso con libreto de Sabato, o cuando puso su voz a esa profunda y dolida «Milonga del muerto», de Sebastián Piana sobre el poema de Jorge Luis Borges, probablemente la mejor síntesis que se haya plasmado en música sobre la Guerra de Malvinas.
Cantaba Falú: «Oyó las vanas arengas/ de los vanos generales./ Vio lo que nunca había visto,/ la nieve y los arenales. Oyó vivas y oyó mueras,/ oyó el clamor de la gente./ Él sólo quería saber/ si era o si no era valiente.»
Las canciones de Falú viajaron solas, por toda la Argentina y el exterior; en cambio, la guitarra siempre anduvo de acá para allá colgada de su mano. Porque a pesar de su gran talento como compositor, Eduardo Falú fue un embajador de la música argentina gracias a su guitarra. Así fue como inició su carrera y se convirtió en un músico famoso.
Hijo de Juan y Fada, dos inmigrantes sirios que tenían un almacén de ramos generales, nació en 1923 como Eduardo Yamil Falú, en un pequeño pueblo a unos 150 kilómetros de la capital salteña. Pero al poco tiempo la familia se trasladó a Metán. Su primera formación musical fue autodidacta y una vez que se instaló en Salta comenzó a dar los primero pasos en el oficio. Debutó con el grupo Los Troperos, en Radio LV9 de Salta, y al poco tiempo Buenaventura Luna lo convocó para integrar La Tropilla de Huachi Pampa.
En 1945 se mudó a Buenos Aires y fue convocado para presentarse en Radio El Mundo, junto a César Perdiguero, con quien estableció una de sus primeras sociedades musicales ya como profesional. Tiempo después comenzaría a componer con Dávalos. De esa dupla artística surgió el primer simple, «Vidala del nombrador», que publicó en 1950.
Su perfeccionamiento en la música, con maestros como Guastavino, y como guitarrista fueron decisiones que no sólo influyeron en su vida. También dejaron una marca en la música local.
En lo personal, Falú comenzó a hacer sus primeras giras importantes por la Argentina y el exterior. En 1954 dio conciertos en los Estados Unidos. En 1958 hizo una gira por la Unión Soviética. En 1959 grabó Falú en París . En 1963 realizó cuarenta conciertos en Japón. Y en lo que tiene que ver con el aporte novedoso al folklore, su interés por crecer como intérprete y compositor se vio reflejado en varias obras que acercaron lo popular a lo académico, como las dos suites que denominó Argentina , y que se escuchan habitualmente interpretadas por orquestas. La primera de ellas fue originalmente pensada como una pieza guitarrística que sirve de resumen de un estilo propio y que fue influencia e inspiración para muchos colegas que vinieron después. Falú amplió las posibilidades para el instrumento y, de algún modo, fue una buena escuela que no tuvo imitadores directos.
La vida de músico no le quitó tiempo para otras actividades como la defensa del derecho autoral, en su rol de vicepresidente de Sadaic; tampoco le quitó tiempo para la familia. Incluso, supo combinar ambas cosas ya que uno de sus hijos, Juan José, también es guitarrista. Juntos compartieron varias giras de conciertos, en importantes salas del exterior.
Don Eduardo fue una celebridad. De eso no hay dudas, pero hasta para su despedida quiso algo sencillo, como aquello que «el viento fue borrando» de la «Tonada del viejo amor». Sin velatorio ni otro tipo de ceremonia, las exequias serán hoy, a las 14, en el cementerio de la Chacarita.
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