El ícono que reflejará la tarea del nuevo obispo prelado recupera en su diseño la importancia de la tierra de la que procedemos, según la visión del Génesis: el árbol de la vida, eje del mundo a modo de cruz en las tradiciones de los pueblos; la cruz, propuesta cristiana en la tierra fértil de los valles; el símbolo de la Orden de San Agustín en el eje de los brazos de la cruz, al servicio del Evangelio, y el brote de vida que germina, crece y da fruto en el mundo.
El mensaje completo del nuevo obispo en su ordenación
Hoy es día de acción de gracias. Y me corresponde expresarlo, aun a riesgo de alargarme de modo indebido. Gracias… A Dios por la vida… que se me concedió y me fue preservada en situaciones complejas. En la familia donde se dio, con quienes me precedieron… Gracias a mi padre, aquí presente; a mi madre, ya difunta y presente de otro modo. A mis abuelos difuntos. A mis hermanos: 4 mujeres y 1 varón, tres de ellos aquí. A sus maridos y esposa. Y a los sobrinos, particularmente Daniel, con dificultades desde que nació, que apenas pronuncia pero con quien hablo casi todos los domingos por Skype. Y a su madre, Pilar, que hace casi 19 años me donó de su médula ósea; y a su padre, Serafín. Y a Gema y Antonio. Gracias también a los médicos que me asistieron y a las enfermeras que me cuidaron durante mi única enfermedad larga. Y al hermano agustino Rafael Castilla que me acompañó tanto. Gracias a este pueblo calchaquí que me acepta entre los suyos y por cuya mediación Dios me bendice. Yo, aborigen de otros pagos, originario de otra tierra que siente este suelo como suyo, esta casa como hogar: lugar donde me encuentro a gusto, que me da paz en el ánimo y me hace mejor persona. Gracias a esta Prelatura, que me revitalizó espiritualmente, me fortificó la salud, me hizo buen cristiano. Gracias por la vocación que me fue dada en la Orden de San Agustín, y que no me queda sino entregar en esta nueva misión. Que «crece cuando se da, que no mengua cuando se dona», como dijo Agustín de Hipona del amor (Carta 192, 2). Que me recibió pronto y me cuidó durante tantos años, más de 30. Gracias por haber podido estudiar, por continuar aún aprendiendo. Un recuerdo especial para mi Maestro de Novicios, Pedro Miguel, y para el P. Antonio Macía; y a Ángel Ruiz, José Miguel Nistal y Domingo Canet, compañeros de promoción. Y a los también agustinos Ángel Camino y Bonifacio Sobrino. Gracias a los hermanos del Vicariato de Argentina y Uruguay, en cuyas casas viví hasta hoy por más de 15 años. A los agustinos de América Latina, que me ofrecieron la posibilidad de conocer personas magníficas y lugares hermosos de este extenso continente a través de la Organización de Agustinos de Latinoamérica y el Proyecto de Revitalización de la Orden. Una oración particular por los agustinos de la Provincia de Brasil, para que continúen adelante a pesar de todo. Gracias a los hermanos obispos de nuestra Prelatura, padres y predecesores: Diego, difunto, a quien apenas conocí y que este pueblo recuerda tanto; Cipriano, de quien fui Secretario, a quien agradezco su confianza; y Mariano, que en su tiempo fue también mi Provincial, Prior y Vicario Regional, a quien doy gracias por lo que llega hasta hoy y lo que vendrá. Gracias igualmente al P. Alberto Bochatey, obispo auxiliar de La Plata, aquí presente. A los agustinos, agustinas y sacerdotes que trabajaron en esta Prelatura, particularmente a los difuntos, como el P. Salustiano. A Julio Ríos, también agustino, por motivos de amistad. Y a don Eusebio Mamani, que tan lindo canta La flor del cardón; y a don Severo Chaile y a don José Rubén Quiroga, de quienes aprendí lo mucho que enriquecen nuestra Iglesia las tradiciones de este pueblo. Gracias a los demás hermanos obispos presentes, particularmente al Arzobispo de Salta, Mario Antonio Cargnello, y al querido Cardenal Estanislao E. Karlic. Gracias a Ángel Fernández Collado, obispo auxiliar de Toledo, diócesis a la que pertenece el pueblo donde ambos nacimos. Y a José Miguel, sacerdote que le acompaña. Un cordial saludo en la distancia para la gente de Los Cerralbos, lugar de nacimiento en el que viví mis primeros años. Gracias por las comunidades que me reciben, por los sacerdotes de la Prelatura que me acompañan y los seminaristas; por las religiosas Agustinas Misioneras (un recuerdo particular y un saludo especial para la Hna. Consolación Álvarez), Hermanas del Buen Pastor, Hijas de la Inmaculada Concepción de la Caridad, Misioneras de Jesús Verbo y Víctima; por los Hermanos de la Sagrada Familia, por el testimonio de nuestros mayores, por las tradiciones espirituales en que navegamos… Gracias por el pueblo de Dios al que pertenezco, por la Iglesia que me sostiene, por la gente que me acompaña, enseña y alienta, que me quiere más de lo que merezco, generosos conmigo más que yo mismo… No he sido obispo hasta ahora: me corresponde aprender. Les pido que me ayuden a serlo. Gracias por llevar una vida excepcionalmente normal, con luces y sombras, con oportunidades sin fin… Porque hoy continúa siendo un punto de partida y no he llegado aún a la meta. Gracias también por tener a Francisco como Papa, don de Dios a la Iglesia Universal desde Argentina. Gracias igualmente por haber sido invitado a vivir como obispo su compromiso eclesial. Gracias, en fin, porque sigo caminando. Y me queda el día a día, lo extraordinario de lo cotidiano, la belleza de lo sencillo, la eternidad de cada instante, el consejo de san Agustín: «sé grande en las cosas grandes, pero no seas pequeño en las pequeñas» (Sermón 213, 1). «La vida me han prestao y tengo que devolverla, cuando el Creador me llame para la entrega», canta la chacarera. Gracias, pues, por la vida, «que me ha dado tanto» (parafraseando la afamada canción de Violeta Parra): los ojos y los oídos, los pies y el corazón, la risa y el llanto. Los mejores materiales para hacer un bello canto. Quiera Dios que lo componga cada día de mi vida y que pueda devolver a la Prelatura algo de tanto como ya me dio. Un saludo, pues, a todo el pueblo Calchaquí: A quienes pertenecen a la Iglesia Católica. A los hermanos de otras religiones, confesiones cristianas y movimientos religiosos. A las comunidades indígenas, desde las que muchas personas comparten nuestra fe y cuya existencia nos enriquece. A quienes piensan distinto, a quienes son de otra visión de la vida, a quienes discrepan. A los ancianos y los enfermos, a los niños, adolescentes y jóvenes, a quienes no tienen lo suficiente para el desempeño de una vida digna, a los que son presa de las adicciones, a quienes apenas llegan a fin de mes con sus recursos, a los movimientos sociales, a quienes con emprendimientos sustentables y empresas honestas procuran trabajo digno a nuestra gente. A las autoridades civiles (locales, provinciales, regionales, nacionales) que desempeñan con honradez el mandato popular de servir al bien común. Y propongo: Que continuemos cuidando con esmero la vida que se nos ha concedido en este Valle: generoso en sus gentes, hermoso en sus paisajes, rico en su diversidad. Que no olvidemos nuestras tradiciones, tan autóctonas como transidas de fe, tan unidas al valor de la familia, el cuidado de los niños, el respeto de los ancianos. Que reconozcamos cómo la más grande riqueza de nuestros valles y cerros está en su gente, con sus sembradíos y animales, las plantas y las vertientes de agua, los antigales y los corrales, sus casas y el azul del cielo… no tanto en los metales que custodia en su entraña la Madre Tierra. Y estos –lo digo con todo respeto- no deben ser sacados de cualquier manera ni a cualquier costo, porque la vida tiene valor, no precio, y es tan digna que no debe cotizarse en ninguna Bolsa ni City del mundo. Que procuremos bajo la responsabilidad de las autoridades pertinentes el establecimiento de proyectos agropecuarios sustentables para el cultivo de nuestras tierras, el cuidado de nuestros ganados, el respeto de la naturaleza, el sustento de nuestra gente con su propio trabajo. Que no permitamos –con la responsabilidad que compete a gobernantes y legisladores, a la Justicia y los Cuerpos de Seguridad del Estado- que la «mala hierba» de la droga continúe difundiéndose entre nosotros, ni que su tráfico circule por nuestras rutas vallistas y sendas serranas desarmando la vida de adolescentes y jóvenes, de familias enteras, de nuestro pueblo… convirtiéndose, además, en seducción para el dinero fácil. Que cuidemos nuestros colegios, nuestros hospitales y nuestros hogares de ancianos, los edifiquemos con instalaciones adecuadas donde se necesitan y no los hay, atendamos debidamente a nuestros niños, adolescentes y jóvenes, protejamos a nuestros enfermos, procuremos una vida digna para nuestros mayores.` Que llevemos a buen término el afán de nuestro primer obispo, el P. Diego, por él mismo reflejado en los bellos versos del poeta José María Pemán: El lema propuesto para mi vida en la misión que, como discípulo de Jesús con ustedes hoy comienzo, es una expresión de san Agustín en su Sermón 78, 6 sobre los pastores: «Ten caridad, predica la verdad». Como propuestas pastorales que me corresponde afrontar y propongo a la consideración de ustedes, están: 1º- Asumir creativamente los desafíos de nuestro tiempo Somos humilde pueblo de Dios. Con nuestro Papa Francisco soñamos «una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual» (La alegría del Evangelio, 27). Nos corresponde continuar edificando la Iglesia en el Valle desde comunidades de iniciación que, engendrando en la fe, alimenten la conversión continua de los bautizados, promoviendo el desafío de «comunicar la vida de Jesucristo» (Aparecida, 386), fomentando la conciencia bautismal, vocacional y carismática de cada cristiano y su llamado a la misión permanente en lo concreto de la existencia: familia, trabajo, sociedad, cultura. 2º – Cultivar la humilde vitalidad de la propuesta evangélica «… un estilo de vida más fiel a la verdad y a la caridad, más sencillo, austero y solidario… comunidad de pobres pecadores, mendicantes de la misericordia de Dios, congregada, reconciliada, unida y enviada por la fuerza de la Resurrección de su Hijo y la gracia de conversión del Espíritu Santo» (Aparecida, 100 h). Es también nuestro desafío valorar cada vez más el acompañamiento y la cercanía, el gesto sencillo y amoroso, la disponibilidad del tiempo para el cuidado de las personas y la edificación de nuestro mundo. Viviendo como vivamos, haciendo lo que hagamos, pensando lo que pensemos, cultivemos siempre la fraternidad que construye la «casa común», el hogar de la fe, la Iglesia al servicio del Reino de Dios, apoyando nuestra acción pastoral en la sacramentalidad de la vida. Porque la vida es sagrada, don de Dios que nos corresponde cuidar en todos de sus estados, en cualquiera de sus situaciones. 3º- Reconocer cuanto Dios nos concede en nuestras personas: en nuestro pueblo y sus tradiciones, en nuestra Iglesia con sus instituciones y movimientos, en nuestros agentes de pastoral, en nuestros sacerdotes, en nuestras religiosas, en nuestros religiosos La sabiduría humilde de la Biblia lo indica. El hombre -varón y mujer- es tierra [adan] que recibe y da vida [eva], campo para ser sembrado y cultivado. Cultivemos la vida en todas sus dimensiones, cuidémosla particularmente en sus etapas más frágiles, generemos esta cultura. Es el culto que a Dios le es grato. Porque este es nuestro origen, de aquí venimos (ab-origine), es lo que nos sostiene y sustenta. De esta tierra somos todos aborígenes: campo delicioso [eden], preparado para el cultivo, jardín florido y huerto hermoso en el que germinan las semillas, crecen las plantas, dan fruto los árboles, conviven creativamente las personas de buena voluntad. Y qué mejor para darse que entre nosotros, quienes vivimos en este pago de cosecha hermosa (Calchaquí), valle fértil (Yokavil), donde habita el sol (Antofagasta), cerca del cielo (Animaná), cielito custodiado entre los cerros (Chicoana). Las tradiciones de las que somos herederos y que nos sostienen no se desarrollan preocupándonos por su conservación, sino ocupándonos de su despliegue. Nos corresponde contribuir al desarrollo creativo de nuestras tradiciones, de tal manera que sea posible la integración de las dimensiones ritual y cultual de la vida cristiana en el contexto de comunidades de fe y amor en Jesucristo. Quiera Dios que sea así. Y no solamente un propósito, sino una realidad. Para ello pido la presencia de ustedes, de modo que nuestra Prelatura se enriquezca con nuestras diferencias. Porque la comunidad a la que aspiramos no es otra –en pensamiento de san Agustín- que la articulación de lo diferente según un proyecto común (cf. La ciudad de Dios 2, 21, 1). Nuestra aspiración es la unidad en la diversidad (Que todos sean uno, ha sido el lema de nuestro anterior obispo, P. Mariano); nuestro proyecto común, la caridad, «el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu que nos ha sido dado» (Rom 5, 5). Por esto nos desgastaremos en bien de este pueblo, tal cual reza el lema del segundo obispo de nuestra Prelatura, P. Cipriano. Me quedan dos compromisos que cumplir: uno académico con una universidad, otro pastoral con los agustinos. Tengo previsto satisfacerlos a lo largo de este mes de mayo. Ruego continúen teniéndome paciencia. Luego, desde los primeros días de junio, programaremos las visitas pastorales a las Parroquias. Comencé mi andadura en la Prelatura allá por el año 1991 en la Parroquia de San Carlos, donde apenas estuve seis meses, ricos e intensos para mí. Me acuerdo, quizá ustedes no [por entonces yo aún necesitaba del peine], de personas en Animaná, El Barrial, San Antonio, San Lucas, Las Barrancas… Continué años después en San José, desde mediados de 1999 y hasta comienzos del 2000. Mis recuerdos son para personas de Palo Seco, Andalhuala, Entre Ríos, Ampajango, El Desmonte, La Puntilla, Famatanca, La Loma… Un poquito antes estuve -y luego viví de nuevo- en Santa María: mis recuerdos para las personas de Loro Huasi, La Soledad, El Recreo, Las Mojarras, El Cerrito, Quebrada de Jujuil, Caspinchango, Lampacito, Fuerte Quemado, Medanito, El Puesto, San Carlos en Chañar Punco… Y particularmente las gentes del Valle del Cajón: San Antonio, Toro Yaco y Ovejería, también La Hoyada, personas a las que tanto debo, lugares donde se me concedió observar lo desconocido para mí, meditar mucho, reflexionar bastante, aprender otros modos de vivir y de rezar. Y Antofagasta de la Sierra, El Peñón, Antofalla, Ciénaga Redonda, Los Nacimientos, Las Quínoas, Botijuela… Y también en el último año el Colegio San Agustín en Santa María, donde asumimos lindos desafíos y vivimos hermosos momentos… Recuerdo con nostalgia la vida de algunos difuntos: Oscar Cervantes, Toribio Condorí, Ambrosio Moreno, Arnaldo Aguaysol, doña Ramonita de San José… Para varios de ellos la vida, quizá a nuestros ojos, no ha sido del todo justa. No sé qué habrá sido de la vida de Juan Carlos Natalini, porteño a quien conocí en San Carlos en abril de 1991 y visité varias veces después… Un recuerdo muy especial para el P. Luis Nos Muro, vicentino, amigo enfermo en España. Y particularísimo para el P. Isidoro Pérez Barrio, también enfermo en Buenos Aires. Tampoco olvido mis años porteños: llegué desde Santa María un 13 de enero de 2003 y dejé para regresar a Santa María el 10 de enero de 2013. Me refiero de un modo particular a la Parroquia San Agustín, donde recibí mucho más que di, de modo especial en los geriátricos, de los ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión y en los grupos parroquiales. Varias de estas personas han tenido la gentileza de estar hoy entre nosotros. Otras no han podido venir, gente que tan grata amistad y oración me dispensan… Mi recuerdo también para la gente de la Asociación Civil Gregorio Mendel y de Achalay España, con quienes vivimos interesantes proyectos sociales. Agradezco a la Universidad Católica Argentina, que me aceptó en sus facultades de Teología y Filosofía, así como a la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino. A todas las personas con las que me encontré en estas tierras, ¡muchas gracias! También a las que he conocido en Chivilcoy, Rosario, Montevideo, Mendoza y Salta. Continuamos caminando, con responsabilidades diferentes pero en la misma senda: la de Jesús de Nazaret, nuestro Maestro. Arrieros somos, y seguro que nos encontraremos en las sendas de la vida, por los caminos y poblaciones de nuestro Valle. O, como la tierra es esférica, en cualquier lugar de nuestro continente, o de nuestro mundo. Un saludo cordial para todos. Gracias.
Acabo de enterarme de la consagración episcopal del Padre Demetrio Jiménez Mariscal, Agustino Recoleto.
Fue mi compañero de estudio en Roma en el Angelicum en 1987-89, ambos estudiamos Filosofía, y tengo mucho qué agradecerle.
Si me consiguen la dirección electrónica del hoy Monseñor Demetrio, les quedo agradecido.
Padre Rodrigo Restrepo Bernal
Misionero Vicentino Colombia