Los grupos partieron el 10 de septiembre y llegaron este domingo al santuario del Señor y la Virgen del Milagro. Un año más de promesas y esperanzas.
El cansancio de gauchos y caballos era indisimulable. Los rostros con marcas propias del sol y el frío. Ojos hundidos de dormir poco, casi nada.
Los gauchos de Cafayate y San Carlos que unieron nuestro Valle Calchaquí con la Catedral de Salta cabalgaron doce horas por día, con lluvia, calor y frío. Todo parece haber sido puesto a propósito en el trayecto para poner a prueba la fe de los grupos. Hombres, mujeres y niños, arriba de sus cabalgaduras parecían blindados por la devoción a las inclemencias del tiempo.
Pero llegó el domingo 13, eran las once de una mañana fresca y de radiante sol en la ciudad capital. Más de seis mil personas concentradas alrededor de la Catedral salteña participando de los actos religiosos y esperando la llegada de los penitentes de diferentes puntos de la extensa geografía provincial.
Y allí aparecieron por la calle España, puntuales, los gauchos cafayateños y San Carleños. El casco de los caballos obligó a girar las cabezas de todos los presentes. Los ponchos salteños indicaban de qué se trataba.
El primer impacto es el del contraste de las marcas del cansancio con el brillo de la fe en sus rostros. Hasta los mismos caballos sudados y sedientos, parecían irradiar una energía especial, briosos, inquietos pero dóciles al calor de la enorme cantidad de gente que se acercaba.
Fieles y turistas en el lugar, con indisimulable emoción, se acercó a los gauchos a saludarlos, bendecirlos o sacarse fotos, con muestras de valoración por el acto de fe.
El paso de los gauchos, cada grupo a su turno, tuvo ese particular calor de los aplausos emocionados seguidos de lágrimas, y es en ese preciso momento cuando todo el esfuerzo y el sacrificio estalla en lágrimas que corren por esos rostros curtidos. Las voces anudadas, en susurros entrecortados solo atinan a decir gracias.
Solo esa dimensión desconocida de la devoción pueden explicar ese acto penitente y promesante, es el Milagro de la fe que se produce de a minutos, en cada rostro peregrino de Salta.
pensar que corre por mi sangre un poco de esa sangre tan valiosa, escuchar hablar a mi mama de mi abuelo y de mi bisabuelo andando por esos valles. Con una zamba de fondo como le gustaba a mi viejito querido esa noticia no hace mas que emocionarme.