Bajo el título “Desventurada Historia de una Momia Inca hallada en Cafayate” el Licenciado Christian Vitry publicó un artículo para el Museo de Antropología de Salta que relata los orígenes y derrotero de la “Princesa Calchaquí”.
Este es el texto completo de ese artículo:
“Desventurada Historia de una Momia Inca hallada en Cafayate”
«…decía la muchacha acaben ya conmigo que para fiiestas [sic] bastan las que en el Cuzco me hicieron; lleváronla a un alto cerro, remate de las tierras del Inga, y hecho el depósito la bajaron a él y emparedaron viva».[Hernández Príncipe, 1601].
“Con la boca abierta como suplicando compasión por su vida y los ojos de cuencas vacías atesorando siglos de silencio en su interior, esta muesca implorante estereotipó un rictus dramático en su continente para siempre. La tiara de su frente, y el resto del lujoso ajuar funerario, fueron el mudo testimonio de su elevado rango y dignidad. Pero los dorados oropeles propios de su casta real, de nada sirvieron al momento de ser sacrificada, de su ingreso traumático a la eternidad. El alarido desgarrador y postrero que brotó de su interior, se lo llevó el gélido viento puneño, depositándolo sobre profundas quebradas y las laderas de los enhiestos picos, siendo devueltos en forma de lastimeros ayes cuando su majestad de la cumbre soplaba con más fuerza, como queriendo destrozar la acongojada protesta de la “Princesa Calchaquí” (Roberto Vitry, diario El Tribuno, Salta, 5/1/92).
La cita de Hernández Príncipe, un sacerdote extirpador de idolatrías de la época de la colonia, se refiere a la historia de Tanta Carhua, una joven aclla (elegida, virgen del Sol, mujeres especialmente preparadas para casarse con el Inca o cumplir otros roles sociales jerárquicos del sistema político imperial, incluido el de ser ofrendadas en honor al Sol-Inca) que fue sacrificada en lo alto de una montaña con motivo de la fiesta de la Capacocha (fiesta de los sacrificados), la cual se celebraba en el Cuzco durante la conmemoración estatal incaica en honor al sol, o sea el Inti Raymi. Las acclla-capacochas viajaban centenares de kilómetros con destino al Cuzco y representaban a cada una de los cuatro suyus o «provincias» que conformaban el Tahuantinsuyu. Transitaban por los sólidos caminos empedrados y finamente construidos del vasto imperio acompañadas de las huacas (ídolos o dioses adorados) más importantes de su tierra natal, integraban además la cohorte los curacas y representantes más notables (políticos y religiosos) de las provincias conquistadas. Una vez en el Cuzco, las acllas adoraban al Sol, al Rayo y las momias de la dinastía real que eran los principales dioses. Algunas acllas eran sacrificadas allí en honor al Sol, el resto, una vez concluidos los rituales políticos-religiosos, emprendían la retirada rumbo a su lugar de origen, donde finalmente, y en el marco de una gran celebración regional, sus vidas eran cedidas al astro rey. Tanta Carhua, vestida como una reina ascendió junto a su séquito hasta lo alto de la montaña, allí la esperaba su última morada. Fue adormecida con una bebida especial para la ocasión -tal vez con alcohol de chicha con otra sustancia- y depositada en su gélido mausoleo de roca junto a un suntuoso ajuar.
Una vez sellado el sepulcro y realizados todos los rituales a la usanza cuzqueña, los participantes de esta trascendental ceremonia descendían hasta sus respectivos lugares de origen. Caque Poma, el padre de Tanta Carhua, por haber concedido su única y pequeña hija al Sol fue agraciado por el Inga, y por ello ascendido a una mayor jerarquía, papel que era extensivo para su gente y descendientes futuros. Por su parte, Tanta Carhua, en su santuario se deificó, transformándose en una huaca digna de veneración y profundo respeto, que protegía y custodiaba a toda la provincia y su vulgo. La montaña ya no era la misma de antes, también se sacralizaba, impregnándose de un gran significado religioso y político a la vez, sus fuerzas se magnificaban y los beneficios redundaban en toda la población que le rendía pleitesía.
Los años transcurrieron, y el culto a los cerros continúa en la tradición de nuestros pueblos andinos, en agosto se sacrifican animales y su sangre es derramada al suelo para alimentar a la tierra, o bien se queman ofrendas destinadas a estas huacas bajo el genérico nombre de Pachamama. Las investigaciones arqueológicas nos indican que son escasos los sacrificios humanos realizados en las altas cumbres de la cordillera andina; no se sabe a ciencia cierta si todos ellos corresponden a la ceremonia de la Capacocha, que era una conmemoración específica del incario y se realizaba cíclicamente. Lo que se sabe, es que estos cuerpos momificados naturalmente por la acción de las bajas temperaturas y extremada sequedad del ambiente, pertenecieron a una cultura, a hombres sensibles, con una concepción de la vida y la muerte diferente a la nuestra, que las elegidas fueron entregadas como excelsas ofrendas a las deidades, y que durante mucho tiempo fueron idolatradas sublimemente, con la más profunda convicción religiosa.
Pasaron los años, y el hombre «moderno» nunca consideró en lo más mínimo las convicciones y arraigadas creencias andinas; siempre guiado por la codicia material del áureo fulgor, excavó cuanto sitio arqueológico pudo, centenares, miles de ellos, de los cuales no queda casi ni el recuerdo.
El relato de lo ocurrido con Tanta Carhua, nos sirve como punto de partida y antagónico complemento de la desventurada historia de una momia, ocurrida a lo largo del siglo XX.
Historia y cronología de un infortunio
Despuntaban los primeros años de la década del veinte cuando en las altas cumbres cafayateñas de las serranías del Cajón o Chuscha, el cuerpo momificado de una joven Inca veía nuevamente la luz del refulgente sol tras varios siglos de «eterno descanso». Ese Sol que otrora fuera uno de los motivos de su hierático deceso, era ahora el silente testigo de una burda profanación, cuyo motor -como siempre en estos casos- fue la dorada ilusión de un tesoro escondido. Su imperturbable tumba se hallaba a más de cinco mil metros de altura, en una de las cumbres del nevado de Chuscha, ubicado al Oeste del pueblo de Cafayate. Su gloriosa vida, muerte y entierro, contrastan fuertemente con la exhumación y poco feliz derrotero de su cuerpo durante los últimos setenta años. La jerarquía casi divina de esta joven aclla tuvo un humillante devenir, transformándose en objeto de «colección», en cachivache de sótano metropolitano, arrumbado y sometido al más cruel de los olvidos y trato mercantil, sin ni siquiera tener la posibilidad de ser restituida a su tierra, ni mucho menos ser estudiada científicamente.
Entre los años 1920 y 1922 aproximadamente, don Felipe Calpanchay, un baquiano montañés de las serranías cafayateñas, descubre lo que aparenta ser una tumba prehispánica en las altas cumbres del cerro Chuscha. Ante tal hallazgo, se asocia a un minero chileno llamado Juan Fernández Salas, y juntos organizan una expedición a la montaña con la finalidad de «sacar el tapado». Luego de excavar un poco y llegar a una plataforma rocosa, violentan la tumba utilizando una dinamita, y extraen el cuerpo momificado de una niña (de siete a nueve años de edad aproximadamente) que viene acompañado con una suntuosa vestimenta y diversos objetos que conformaban su ajuar funerario. La momia es bajada hasta una finca de Tolombón, donde, al decir de los seniles lugareños, le prendían velas y con sumo respeto la llamaban «Reina del Cerro».
En el año1922, un comerciante y coleccionista de objetos arqueológicos llamado Pedro Mendoza, compra la momia por unos pocos pesos y se la lleva a Cafayate, para sumar esa «pieza» a su ya rica y surtida colección.
Durante el mes de mayo de 1924, el conocido profesor Amadeo Rodolfo Sirolli realiza un viaje de estudios a la localidad de Cafayate, y allí, se entera de la existencia de la momia. Conocedor de la importancia de lo que observaba aprovecha la oportunidad para realizar un minucioso inventario y descripción detallada de sus características físicas generales, vestimenta y ajuar, toma además unas cuantas fotografías. Inexplicablemente, y a pesar de su formación, el profesor Sirolli no da a conocer nada de lo observado, sino hasta el año 1954, cuando realiza una conferencia en la sala de la Iglesia San Francisco de la ciudad de Salta, y «oficialmente», en 1977 cuando publica una cartilla.
Desterrada y «desaparecida»
Muy poco tiempo después de haber sido observada por Sirolli, la momia Inca fue desterrada para siempre del suelo calchaquí, iniciando un prolongado y triste derrotero. Vendida por su «propietario», don Pedro Mendoza, la momia pasó a manos de un herboristero y coleccionista de objetos arqueológicos de la ciudad de Buenos Aires, el Sr. Perfecto Bustamante. Este dato del primer paradero en Buenos Aires se conoce gracias a un artículo escrito por un señor apellidado Onelli, y que fuera publicado en el diario porteño “La Nación” con fecha 3 de octubre de 1924, quien comenta que una momia calchaquí es exhibida en la «Casa Bustamante».
En el año 1932 muere Perfecto Bustamante, años más tarde la viuda, entrega la momia al arqueólogo aficionado Ing. Absjorn Pedersen a cambio de una instalación de gas (¡!). Pedersen, quien por entonces realizaba algunas investigaciones y relevamiento de sitios arqueológicos (especialmente relacionados al arte rupestre) en la zona de Cerros Colorados (Córdoba), deposita la momia en el sótano de su casa junto a otros objetos arqueológicos, con la siempre presente ilusión de tener un Museo Privado, hecho que jamás se concretó. La «Reina del Cerro» desaparece de la escena y permanece en las lúgubres sombras de un subsuelo durante cincuenta años, en un olvido total… otro hecho inexplicable que se suma al triste destino de la momia Inca cafayateña.
En abril de 1977 la Sociedad Científica del Noroeste Argentino, presidida por el prof. Amadeo Sirolli, publica una cartilla titulada «La Momia de los Quilmes», donde recién sale a la luz la información descriptiva y la fotografía de la momia, luego de cincuenta y tres años de silencio (¡!).
Dada a conocer la noticia, diferentes personas inician independientemente la búsqueda de tan importante «pieza arqueológica». No se sabía nada de ella, ninguna pista, solo la información proporcionada por la cartilla de Sirolli.
En el mes de marzo de 1979, el señor Milenko J. Jurcich, muestra la fotografía de la momia en su programa televisivo titulado «Más alto que los Cóndores», donde solicitaba a la audiencia que si llegaran a verla en alguna parte del mundo, realizaran la denuncia correspondiente para su «repatriación». A raíz de este programa, un salteño llamado Ricardo Liendro, tras un viaje a Norteamérica, cree ver la momia calchaquí en el Museo de Ciencias Naturales de Washington. Esta especulación sin mayores argumentos, llegó en su tiempo a cobrar cierta credibilidad y muchos cayeron presa de ella. Hoy, a pesar del agua (de información) corrida bajo el puente, algunas personas que no siguieron investigando el tema, todavía creen que la momia está en el Museo de Washington… Pero la «Reina del Cerro», permanecía arrumbada en el sótano de Pedersen…
En 1984, el andinista Antonio Beorchia Nigris, Presidente del Centro de Investigaciones Arqueológicas de Alta Montaña (CIADAM) de San Juan, realiza una expedición al cerro Chuscha con el fin de ubicar el sitio de donde fuera extraída la momia. Beorchia, en su prospección por los filos cimeros a más de cinco mil metros de altura, encuentra dos pircas pequeñas de forma circular, con un muro perpendicular a una de ellas, algunos kilos de leña antigua y un fragmento de hueso largo. Aparentemente había hallado el posible lugar de extracción de la momia,… mientras tanto, en Buenos Aires, se estaba gestionando su remate…
En los últimos años de su vida, ya viejo, enfermo, viudo, solo y sin recursos, Asbjorn Pedersen decide, por sugerencia de su amigo Julián Cáceres Freyre, entregar su colección a la Casa Posadas de Buenos Aires para su remate, al respecto, el anciano comentaba «ya que no pudo concretarse mi viejo proyecto de construir un museo destinado al arte rupestre y arqueológico, trámite que inicié en 1958 y, en vista de mi avanzada edad, he resuelto desprenderme de una parte de mi colección. Debo agregar que, hasta el presente, ninguna institución mostró interés por ella» (La Nación, 28/07/84). El 9 de agosto de 1985 se remata públicamente la colección Pedersen (todo excepto la momia). Finalmente, es comprada por un anticuario de la localidad de San Telmo, provincia de Buenos Aires, quien la adquiere por la suma de 48 dólares.
Toda esta inextricable historia de la momia incaica de Cafayate comenzó a desenmarañarse recién a fines de la década del ’80, gracias a las investigaciones realizadas por el periodista e historiador Roberto Vitry, quien logra ubicar a un anciano (Juan Bühler) residente en la localidad salteña de El Carril, que había sido amigo de Juan Fernández Salas, el chileno que junto a Calpanchay extrajeran la momia del cerro Chuscha a principios de siglo. El octogenario Bühler, a pesar de su avanzada edad, con gallarda lucidez, le relata al periodista los detalles de lo acontecido durante la extracción de la momia, echando luz a una gran cantidad de vacíos de información que se tenían hasta entonces. El mismo Bühler -como buscador de tesoros que era- había ascendido hasta el cerro Chuscha para buscar otra momia -«el machito»- y un supuesto tapado escondido. Esta información fue publicada en el diario El Tribuno (29/05/88) en un artículo titulado «La cofradía del misterio», junto a un par de fotos históricas cedidas por el anciano. En una de las fotografías se observa a Juan Bühler, en 1929, parado -al estilo Indiana Jones- en el lugar de donde su amigo Juan Fernández Salas extrajera la momia. Esta imagen, por su peso documental, convence al investigador Antonio Beorchia que el lugar que él había registrado como posible sitio de extracción de la momia, no se correspondía con el histórico, siendo su diferencia notable. Las investigaciones sobre el paradero de la momia y su lugar de exhumación adquieren entonces renovadas energías, el prestigioso arqueólogo Dr. Juan Schobinger (Mendoza) publica en revistas especializadas algunos informes científicos con estos nuevos datos, Antonio Beorchia hace lo propio y además organiza nuevas expediciones a las serranías del Cajón, ahora con un dato concreto, la fotografía de Bühler.
Mientras esto acontecía en Salta, Mendoza y San Juan, en Buenos Aires, se realizaba una exposición y venta de “objetos arqueológicos”… nuevamente la momia cafayateña estaba siendo vendida. El Odontólogo Carlos Colombano compra por poca plata esta exótica «pieza» para su museo privado “Chavín de Huántar”, ubicado en la calle Luis S. Peña Nº 2864, Martínez, provincia de Buenos Aires.
Relocalización de la momia y su tumba
Transcurría el año 1991, Marcelo Scanu, andinista y colaborador del CIADAM, mientras caminaba por la calle Florida de Buenos Aires, observa una momia expuesta en una vidriera de un banco. Inmediatamente le viene el recuerdo de la fotografía publicada por Sirolli (1977), y reproducida en el libro «El enigma de los santuarios indígenas de alta montaña» (1987), de Antonio Beorchia Nigris. Su parecido era increíble. Una vez realizadas las averiguaciones pertinentes sobre el paradero real de la momia expuesta (Museo Chavín de Huántar), Scanu informa la noticia a Beorchia, que inmediatamente viaja a Buenos Aires, poco tiempo después hace lo propio el Dr. Juan Schobinger. Ambos, tras una minuciosa observación, confirman que se trata de la «desaparecida» momia del cerro Chuscha, de la cual nada se sabía desde 1924. La feliz noticia del redescubrimiento fue publicada en el periódico sanjuanino “Diario de Cuyo”, con fecha 24 de noviembre de 1991. En Salta, Roberto Vitry, en la Revista de El Tribuno publica un artículo titulado «Fin de la incógnita en Cafayate: La momia del Cajón», con fecha 05/02/92. Allí da a conocer en el medio la noticia del redescubrimiento de la momia y aporta nuevos datos proporcionados por Bühler. Por su parte, el Dr. Juan Schobinger, realiza una serie de publicaciones sobre el tema en revistas científicas especializadas.
Solo restaba ubicar el sitio exacto de donde fuera extraída la momia, así que a principios de 1996, a través del recientemente creado Centro para la Conservación del Patrimonio de Alta Montaña – Salta (CECOPAM), se organiza una expedición para explorar las serranías del Cajón, contando con la participación especial del Dr. Juan Schobinger y Antonio Beorchia Nigris, y la colaboración de los andinistas cafayateños.
El día 4 de febrero, mientras Schobinger, Beorchia y el resto de los expedicionarios cafayateños realizaban las últimas exploraciones en los faldeos orientales de las serranías del Cajón y emprendían el descenso, el autor de esta nota junto otro grupo, hallaban el mismísimo sitio donde en 1922, el baquiano Calpanchay y el chileno Fernández Salas, sacaran la momia incaica del cerro Chuscha.
Con el descubrimiento del contexto arqueológico de la momia del cerro Chuscha se cierra el primer capítulo de una dilatada historia, plagada de olvidos, sin sentidos, desintereses y especulaciones, cuyo destino, parece ser no muy diferente a lo ocurrido desde que esa aclla fuera arrancada violentamente de su sacralizado sepulcro altoandino. A la vez, se abren nuevas alternativas para la investigación de estos tipos de hallazgos arqueológicos perpetrados en semejantes alturas.
No es prudente hacer analogías sin el peso de la evidencia arqueológica, no obstante ello, es factible decir que el sacrificio de la joven mujer inca en una de las cumbres del cerro Chuscha, haya tenido connotaciones similares a las descritas en el relato de Tanta Carhua. Tal vez no se trató de una Capacocha, ni de una aclla, pero si se puede estar seguro de que se trató de una ceremonia religiosa muy importante como para que se justifique una vida entregada; se puede suponer que ese cerro fue (¿es?) especial y diferente al resto y que, las elecciones (de la mujer y la montaña), tienen un sentido y motivo específico que ignoramos.
Esta fue una historia, solo una de las tantas ocurridas en el rico noroeste argentino, donde jamás se respetó ni se hizo respetar el legado patrimonial y cultural de nuestros sojuzgados ancestros. ¿Qué ocurrirá con la momia del cerro Chuscha?, ¿seguirá de mano en mano y remate en remate?, ¿volverá a «desaparecer» misteriosamente sin dejar rastro?, ¿podrá ser estudiada por los científicos alguna vez?… muchas son las preguntas sin respuesta y las respuestas sin sentido.
«…decía la muchacha acaben ya conmigo que para fiiestas [sic] bastan las que en el Cuzco me hicieron…».[Hernández Príncipe, 1601].
Quizás la joven muchacha, en un desesperado y silente quejido, esté suplicando frente a su impotencia y desventurado devenir ese «acaben ya conmigo»…
Hoy, la momia está siendo exhibida en el Museo Arqueológico de Alta Montaña (MAAM)de la ciudad de Salta, en la sala “La Reina del cerro”
No conocía nada de esta historia maravillosa de mi pueblo. Gracias por publicarla. Las escuelas deberían enseñarla porque es parte de nuestra historia cercana, que es tan importante como todas las otras. Bien Radio Cafayate!! sigan así, saludos.
PD: TODOS LOS CAFAYATEÑOS CON POSIBILIDADES DEBERÍAMOS IR AL MUSEO DE SALTA A CONOCER LA MOMIA DEL CHUSCHA Y LLEVAR A NUESTROS HIJOS